Mientras escribo

 


En su libro de parodias Guía del dragonstopista galáctico al campo de batalla estelar de Covenant en el límite de Dune: Odisea Dos David Langford incluye un relato al estilo (es un decir) de los Cuentos de los Viudos Negros de Asimov, donde hace uno de los más sagaces análisis del ego de un escritor. En el cuento, el camarero del club descubre que el escritor del que hablaban no era realmente un escritor porque:

«¿Quién puede creer que en el despacho de un auténtico escritor con un ego dotado de una salud normal no vaya a haber… un esbozo de autobiografía, o un espejo?»

Desde ese punto de vista, este Mientras escribo podría ser considerado un monumento al ego descomunal de Stephen King, y posiblemente esa opinión no esté muy lejos de la verdad. Claro que, a poco que lo pensemos, cualquier obra de cualquier autor puede ser considerada un monumento a su ego: al fin y al cabo se necesita tener una confianza enorme en las propias posibilidades de uno mismo para suponer que lo que escribe puede llegar a interesar a otras personas; casi como decir «no importa cómo sea tu vida, soy tan bueno que no podrás evitar querer leer lo que yo escribo en lugar de perder el tiempo viviendo».

¿Y qué nos da Stephen King que valga la pena dejar de vivir unas horas para dedicarnos a contemplar? Poco en apariencia: un esbozo de autobiografía (con paradas detalladas en los aspectos más morbosos de su vida) y una serie de apuntes que forman lo que podríamos llamar «consejos para el escritor principiante».

¿Es el libro interesante? Sin duda, y leer cómo el autor va rememorando (y a veces regodeándose en ellos) algunos de los episodios de su vida pasada resulta fascinante. King es un extraordinario narrador y si a ello unimos el que nadie cuenta mejor las cosas que cuando habla de sí mismo nos encontramos con que la primera mitad del libro se lee de un tirón y uno va pasando las páginas casi sin darse cuenta de lo que hace. Y sin embargo, cuando terminamos tenemos la sensación de que nos han dado gato por liebre, que no hemos visto asomar al verdadero Stephen King en lo que acabamos de leer, sino que nos hemos limitado a contemplar otro personaje literario más, uno que comparte nombre y peripecias vitales con el autor, pero que no es él. Así, ese pretendido esbozo de autobiografía no pasa de ser una novela corta que oscila entre el humor, la truculencia y la autocompasión ocasional y que, aunque interesante, puede ser olvidable perfectamente.

La segunda parte del libro es otro cantar. Los consejos que King da para escritores novatos no son más que sugerencias muy básicas, cuestiones que casi dicta por sí solo nuestro propio sentido común: no repitas las palabras, no abuses de los adverbios acabados en «-mente», no intentes florituras en las acotaciones de los diálogos, sé directo y sencillo en lugar de intentar impresionar… Todo ello con el problema añadido de que fueron consejos escritos en primera instancia pensando en el inglés y que, aunque buena parte de ellos pueden ser aplicados a nuestro idioma, a veces nos encontramos con algunas cosas que nos dejan perplejos por cuanto, en castellano, no tienen demasiado sentido. La traducción es en ese caso especialmente lamentable (y es que King, hasta hace relativamente poco, era uno de los autores más maltratados por la traducción en nuestro país) por cuanto no se hace el menor intento de buscar en castellano consejosos o elementos análogos a los originales.

Pese a todo, ya lo dije, es un libro interesante que se lee de un tirón y no deja un desagradable sabor de boca. Poco aportará al lector, sin embargo, más allá de satisfacer la curiosidad (morbosa o de otro tipo) que tengamos por saber cómo es (o cómo quiere hacernos creer que es) el autor.