Michael T. Gilbert
Elric de Melniboné

 

Editor: Yermo

En las colecciones: El campeón eterno -

En la serie: Elric

Tipo: Tomo

Género: Fantasía


Hay personajes que nacen en un medio y que, sin embargo, alcanzan la fama y terminan asentándose en la imaginación popular a través de otro. El caso más evidente quizá sea James Bond, cuyas aventuras cinematográficas han eclipsado en la mente de la mayor parte del público al original literario. Otro caso podría ser el de Conan, un personaje que alcanzó la popularidad mundial a través de su adaptación al cómic antes de que llegara el ex gobernador de California a encarnarlo en la pantalla.

Elric de Melniboné quizá no encaje en esa categoría, al menos para la mayor parte de los lectores. Pero me temo que a un nivel estrictamente personal, mi Elric, con el que disfruto realmente y donde considero que mejor han sido narradas sus aventuras, es el del cómic.

Confieso que Michael Moorcock, su creador, no es muy santo de mi devoción. Pese a que ha escrito un puñado de buenas historias de ciencia ficción («Behold the man» sería un excelente ejemplo, pese a no haber envejecido muy bien en ciertos aspectos) y tiene alguna que otra novela de fantasía histórica que me resulta interesante (como El perro de la guerra y el dolor del mundo), el grueso de su obra, aquello que le ha dado fama, me parece en general ramplón, mal escrito, simplote hasta la nausea y, casi siempre, realizado con una desgana y una carencia de interés apabullantes.

Tanto las Crónicas del Campeón Eterno como El bastón rúnico me parecen, directamente, basura escrita con el piloto automático puesto. Su trilogía de Corum se deja leer con facilidad, aunqwue buena parte los elementos temáticos interesantes se limitan a ser esbozados. En lo que se refiere a su creación más famosa, el hamletiano príncipe albino de Melniboné, sus novelas me cabrean al darme cuenta de todo el potencial que hay en ellas y que el autor ha renunciado a explotar. Sobre todo porque no lo ha hecho por falta de capacidad (ya lo comentaba antes, Moorcock puede escribir buenas obras cuando quiere) sino pura y simplemente porque no le ha dado la gana. Quizá porque piensa que, total, los lectores lo van a comprar igual porque la cabeza no les da para más, así que para qué esforzarse.

Y, sí, sé que esto es pura especulación y que no tengo pruebas que lo respalden, pero me parece coherente con la actitud pública de Moorcock que confunde las pataletas de un niño malcriado con ser un iconoclasta revolucionario.

Mi primer contacto con Elric fue, curiosamente, a través de los comics de Conan el Bárbaro, en una breve aparición en dos números donde con la ayuda del cimmerio (cimmeriano en aquella época, según la traducción de Vértice) hacía frente a la malvada Emperatriz Esmeralda de Melniboné. Era una época en la que Roy Thomas estaba empezando su adaptación al medio tebeístico del personaje de Howard y continuamente buscaba nuevos elementos que pudieran enriquecer su entorno y aventuras. El estilo del dibujante Barry Smith le iba como anillo al dedo al sombrío personaje y la historia, si bien no era especialmente memorable, fue suficiente para que Elric se quedase grabado en mi memoria.

Años más tarde me encontré con la novela gráfica La ciudad de los sueños, escrita de nuevo por Roy Thomas y dibujada por P. Craig Russell, donde se adaptaba la parte central de la novela Marinero de los mares del destino, como supe tiempo después. Si la breve aparición de Elric en las páginas de Conan me había resultado interesante, aquella adaptación del material literario original enseguida se convirtió en uno de mis comics favoritos. En parte por la precisa y límpida narrativa de Thomas, pero sobre todo por el dibujo elegante y preciosista de Russell.

Por supuesto, leer el cómic me hizo desear acudir al original y, algunos años después, cumpliría ese deseo cuando Martínez Roca comenzó a publicar las novelas de Moorcock sobre el príncipe albino.

Fue el momento de la decepción. Las historias no estaban mal pero, al contrario que en la adaptación al cómic, el modo en que estaban narradas me resultaba ramplón y excesivamente simple. No había el menor esfuerzo de sacarle partido al escenario y los personajes y Moorcock se limitaba a ir desgranando un acontecimiento tras otro con el mismo interés con el que podría haber rellenado una encuesta. Thomas y Russell habían conseguido despertar mi imaginación, especialmente el último, y me habían presentado un escenario fascinante y un personaje interesante mientras que el autor original había desaprovechado su propia creación.

Por suerte, La ciudad de los sueños no fue la única colaboración entre Thomas y Russell adaptando las novelas de Moorcock. Juntos crearían para First Comics una serie regular de Elric donde irían traspasando al tebeo (y, de paso, mejorando sensiblemente el original) lo que Moorcock había escrito previamente. Años más tarde y ya en solitario, Russell lanzaría una nueva serie del personaje, utilizando las premisas y el entorno creados por el escritor inglés, pero con material narrativo propio.

En buena medida, confieso que es Russell el responsable de mi fascinación por Elric. Evidentemente, las características del personaje (lo que lo hace atractivo y lo separa de muchos de los héroes cargados de testosterona que pueblan la fantasía heroica) ya habían sido esbozadas —aunque no exploradas a fondo— por su creador, pero fue el dibujante el que supo sacarle el verdadero partido al escenario e, incluso, caracterizar al personaje y darle verdadero relieve con su elegante dibujo.

Desde entonces, Elric es uno de mis personajes favoritos (dubitativo e implacable, enfermizo e invencible, con un destino a cuestas del que es consciente de que no puede huir, acosado una y otra vez por la fatalidad) pero lo es en las páginas del cómic que adapta sus aventuras originales o crea nuevas historias. Las novelas, me temo, siguen pareciéndome un ejemplo de escritura mecánica y desganada y de autor que no ha sabido estar a la altura de su propia creación.