Tipo: Novela Fue el primer pastiche holmesiano que leí, aunque entonces desconocía por completo el término «pastiche». Llevaba unos años leyendo los relatos y novelas de Conan Doyle del personaje y, un día, esta novela llamó mi atención desde el escaparate de un quiosco: era la edición de Planeta y en su cubierta se veía una lupa posada sobre un escritorio lleno de informes. Uno de ellos era el que daba título a la novela: Adiós, Sherlock Holmes. Confieso que no recuerdo qué edad tenía pero, sin la menor duda, fue antes de cumplir los quince años. O sea, que ha llovido desde entonces… y nevado, y hecho sol y muchas otras cosas que no voy a detallar porque no vienen a cuento. El primer pastiche holmesiano que leí, decía. Y aún hoy sigue siendo uno de mis favoritos. A través de sus páginas aprendí, de un modo inconsciente, lo que para mí deben ser las dos normas no transgredibles de un buen pastiche:
Adiós, Sherlock Holmes cumplía perfectamente esas dos normas. Desde la primera página (con ese doctor Watson anciano, que rememora en sus últimos días lo ocurrido a principios de siglo) tanto el cronista como el detective se te antojan los originales: sus frases, sus actitudes, su forma de pensar y de ver el mundo es la que conoces a través del canon. Y los lugares por los que Robert Lee Hall lleva tanto a Holmes como a Watson (y a Moriarty) no pueden ser más imprevisibles, más novedosos. Y, curiosamente, todo encaja. La trama de la novela (que no desvelaré, sino que me limitaré a decir que utiliza elementos de ciencia ficción) encaja sin que nada chirríe con el pasado canónico de los personajes; incluso podríamos decir que aporta motivaciones creíbles y asumibles a algunas de las actitudes más chocantes del más famoso de los detectives consultores. Ahora, cuando repaso el canon holmesiano y detecto en Holmes algunas de esas actitudes, no puedo evitar pensar «ah, claro, esto es así porque…». Watson es, por supuesto, el narrador de la novela. Y también, en buena medida, su protagonista. De pronto, el buen doctor se encuentra solo, sin la compañía de su fiel amigo y, para colmo, descubre que algunas de las cosas que creía saber de él no se ajustan a los hechos que acababa de descubrir. Ni corto ni perezoso, sin pararse a pensar en las consecuencias, Watson empieza a investigar el pasado de Holmes. Y, mientras lo hace, el propio doctor va adquiriendo volumen como personaje, ganando en profundidad, en credibilidad. Hall no traiciona en ningún momento sus características básicas (sigue siendo fiel, impulsivo, un poco sentimental, consciente dolorosamente de sus limitaciones) pero nos lo vuelve más humano, más entrañable. Junto al doctor desfilan una serie de personajes (algunos ya conocidos… y otros también, en cierta manera) que lo ayudarán en sus pesquisas para dar con su amigo y, de paso, descubrir el oscuro secreto que hay en el pasado de Holmes. La intriga está bien dosificada, los personajes estupendamente caracterizados, el tono familiar de Watson como narrador conseguido desde las primeras páginas… y la conclusión es, al mismo tiempo sorprendente y coherente. No lo vemos venir (o, al menos, yo no lo vi) pero cuando se nos desvela el misterio, la solución propuesta parece lógica, casi inevitable. Como he dicho, fue el primer pastiche holmesiano que leí y uno de mis favoritos. Es también, en cierta medida, el responsable de que el crío que era entonces pensase «así que esto se puede hacer». Y sí, lo hice. Pero ésa es otra historia que ya sido contada. |
Adiós, Sherlock Holmes