La brigada de luz


 

Editor: Alianza

Tipo: Novela


Si tuviera que elegir tres características que definan la novela La brigada de luz de Kameron Hurley serían estas: un ritmo casi perfecto, una estructura narrativa compleja resuelta de forma brillante y un anticapitalismo feroz y rabioso.

Estamos, en buena medida, ante una respuesta a las Tropas del espacio heinleinianas, y quizá convenga recordar que Heinlein, con todos los defectos que se le pudieran encontrar y que sin duda tenía, era también el mejor narrador de su generación. Otros autores de ciencia ficción de su época podían dominar mejor la estructura, crear obras más complejas, más sólidas ideológica y literariamente, más ambiciosas, formalmente más conseguidas, pero ninguno de ellos, como puro narrador, como story-teller sin más adjetivos, le llegaba a Heinlein a la suela de los zapatos.

Tiene gracia que las obras que hasta ahora conocía que intentaban responder a Tropas del espacio, ya fuese de forma seria (La guerra interminable de Joe Haldeman), ya desde la parodia (Bill, héroe galáctico de Harry Harrison, o el Starship Troopers cinematográfico de Paul Verhoeven), cometían el pecado imperdonable de ser bastante más aburridas que el original.

Kameron Hurley no tiene ese problema. La novela atrapa desde las primeras páginas y nos lleva con una facilidad sorprendente por una historia mucho más complicada de lo que parece a primera vista, ambientada de forma magistral con brochazos veloces, impresionistas y sumamente vívidos, y nos guía con precisión hacia un final que no nos va a dejar indiferentes. La brigada de luz apenas deja descanso a quien la lee, que se sumerge a las pocas páginas en un carrusel narrativo que casi enseguida se transforma en una montaña rusa intrincada y vertiginosa. Como puro pasapáginas, es impecable, y pocas veces he visto un ritmo tan conseguido y tan bien llevado.

Antes de que hayan pasado muchas páginas, queda claro que estamos, entre otras cosas, ante una novela de viajes en el tiempo, narrada desde la «linealidad subjetiva» de la persona que viaja, pero no desde la «linealidad objetiva» del resto del universo… suponiendo que alguna de esas expresiones tenga el menor sentido. Eso crea una estructura narrativa bastante intrincada que debe desarrollarse con sumo cuidado para que todo encaje con limpieza. Y, al mismo tiempo, debe narrarse con extrema sencillez y fluidez para que quien la lee no se pierda en ningún momento. Añadiré, aunque no creo que sea necesario a estas alturas de esta reseña, que Hurley sale triunfante sin problemas del desafío.

De nuevo, eso me remite a dos clásicos de Heinlein, los cuentos «Todos vosotros, zombis» y «Por sus propios medios», probablemente los dos mejores relatos jamás escritos de viajes en el tiempo. Desconozco (o, de saberlo, lo he olvidado, lo cual conociéndome no sería raro) si la autora ha realizado alguna declaración al respecto y confieso que me da un poco de pereza bucear en las redes para confirmar mis sospechas, pero no puedo por menos que preguntarme si Heinlein no será una influencia importante para Hurley, al menos en los aspectos puramente narrativos.

Salta a la vista que no lo es en lo ideológico, como ya veremos.

Estamos ante una novela sumamente referencial, no solo con la obra de Heinlein (desde la frase del almuerzo gratis hasta la forma sumamente hábil en la que se nos escamotea el género de la persona que narra la novela casi hasta la página cien, pasando por la evidente deconstrucción de la épica y la ideología heinleinianas presente en toda la historia), sino en general con la ciencia ficción. El texto está trufado de referencias y alusiones, insertadas de un modo natural y fluido sin que nos resulten estridentes. Aquellas personas que las pillen, las disfrutarán, sin duda; las que no, no tendrán la sensación de que se les haya escapado algo.

Ya que Hurley, en la nota final, renuncia a detallar tales referencias, no seré yo tan grosero de contradecirla, así que dejaré que las encontréis, como lo fui haciendo yo.

En esa misma nota final, la autora reconoce que la estructura de la novela fue lo más difícil de conseguir, lo cual no es nada extraño. Además tengo la sensación de que lo verdaderamente complicado no fue tanto el tener claras las distintas piezas del puzle y la relación causal entre ellas, sino el montaje en sí, el conseguir que fuese el lector el que lo fuese armando en su propia mente prácticamente sin darse cuenta. La habilidad narrativa que exige algo como eso no es moco de pavo.

Por todo eso, La brigada de la luz es una de las mejores novelas de ciencia ficción que he leído en los últimos tiempos. Reconozco que siento debilidad por las obras que son complicadas sin parecerlo y, en ese aspecto, esta es modélica. Bajo su superficie de novela de acción de ritmo endiablado hay un trabajo de auténtica orfebrería literaria que, como debe ser, resultará transparente para quien la lea.

Quizá lo que más me gusta de Hurley como narradora es su naturalidad, el modo en que cuenta las cosas sin darles importancia, sin necesidad de hacer hincapié en ellas ni revestir de falsa trascendencia hasta la menor revelación. No es extraño, por tanto, que también me parezca modélica la forma en que trata las cuestiones de género y de orientación sexual de los distintos personajes: desde la normalización y sin necesidad de insistir en el tema. Reconozco que no soy objetivo al respecto, es cierto, porque coincide con mi propio pensamiento de cuál es la mejor forma de tratar esos temas.

Hablé antes de tres características principales. Vamos pues con la tercera.

La brigada de luz es extremadamente anticapitalista y eso salta a la vista a las pocas páginas. En principio, y ya que estamos ante una suerte de deconstrucción, no solo de Tropas del espacio, sino en general del Heinlein más ultraliberal y darwinista social —y randyano en ciertos momentos, aunque a muchos de sus fans no les guste la idea—, casi podría pensarse que tal anticapitalismo resulta inevitable.

También es, como dije al principio, feroz y rabioso. Y no solo mantengo ambos adjetivos, sino que los aplaudo.

No estamos ante la crítica razonada y razonable de un sistema, el análisis de sus virtudes y defectos y la conclusión lógica de que el sistema no se sostiene. Estamos ante la rabia de quien toda su vida ha sido víctima y sostén del sistema al mismo tiempo, hasta que un día descubre que hay alternativas a las que, sin embargo, nunca se les dará la menor oportunidad.

El capitalismo es una bestia, hambrienta y feroz, un predador sin competidores y, como tal, está destinado a devorarse a sí mismo y a destruir en el proceso a la especie que lo creó. Todo eso se palpa a lo largo de la novela, sin decirlo explícitamente en ningún momento, en la ira apenas contenida con la que la persona que la narra habla del mundo en el que vive.

Sería fácil, si conocemos un poco de las circunstancias vitales de la autora, asumir que esa rabia del personaje narrador es la rabia de la propia Kameron Hurley y que, por tanto, su anticapitalismo no nace de una decisión racional sino de una circunstancia emocional.

Ni lo sé ni me importa. Es más, quizá estoy siendo tan emocional como ella, porque, surja de donde surja, no puedo evitar encontrarlo correcto. Es más, que surja de una rabia personal, directa e intransferible me parece incluso más adecuado.

Ojalá todos nos sintiéramos igual de furiosos.

Incluso más.