Frankenstein o el moderno Prometeo


 

Editor: Alianza

Tipo: Novela


Confieso que nunca me ha gustado demasiado el Frankenstein de Mary Shelley. Siempre me pareció una novela cargada de una moralina demasiado evidente, por no mencionar que encuentro su estilo bastante pesado, su ritmo un tanto moroso y, en general, la  veo impregnada de un sentimentalismo más que cargante. Al contrario que el Drácula de Stoker (que me sigue pareciendo hoy una novela moderna y ágil, no importa las veces que la relea) es un libro que ha envejecido bastante mal. Y me temo que, por más que inaugure según algunos estudiosos la ciencia ficción moderna tal como la entendemos, no ocupa un lugar muy alto en mi apreciación.

Sospecho que si la historia del doctor que crea vida artificial ha sobrevivido todo este tiempo es más por lo potente de su tema que por el tratamiento que le da.

¿Y cuál es su tema?

Bueno, el aspecto más obvio es que estamos ante un nuevo giro de tuerca del cliché del “aprendiz de brujo”. La novedad, en este caso (de ahí que se siga opinando que es la primera novela de ciencia ficción, tal como entendemos hoy el género) es el paso de la magia a la ciencia. Al contrario que el rabino Loew, el doctor Frankenstein no da vida a su criatura usando palabras mágicas, sino electricidad. De ahí el subtítulo de “el moderno Prometeo” que lleva la novela: Frankenstein roba algo que es patrimonio de los dioses y crea vida con ello.

Y ése es su pecado, parece decirnos la novela. El orgullo humano (la hybris de los griegos) creyéndose igual a Dios y tratando de emularlo. Haciendo aquello que sólo puede hacer la divinidad y siendo, por tanto, castigado.

Y sin embargo, pensando estos días en el asunto (lo cual, una vez más me confirma que, pese a su aspecto formal pesado, moroso y lleno de moralina, la historia que se nos cuenta sigue teniendo un fondo poderoso y evocador) no podía por menos de preguntarme si ése era realmente el pecado del doctor Frankenstein.

Seguramente ésa era la intención de la autora. Pero, ¿es ésa la intención del texto?

Creo que no. Creo que el verdadero pecado en este caso no está en el orgullo desmedido, en el intento de robarle a Dios algo que sólo es patrimonio suyo, en la arrogancia del hombre moderno que se cree por encima de las leyes de la naturaleza. Todo eso está ahí, en la novela, cierto. Pero está también otro tema que, al menos para mí, es más importante. Menos, quizá, “grandilocuente”, pero precisamente por eso, porque es algo que afecta a elementos cotidianos, de andar por casa, diríamos, me parece más interesante y, a la postre, más poderoso.

Para mí, el verdadero pecado de Frankenstein no es, como digo, el orgullo, sino la falta de responsabilidad. Tras crear vida, el personaje de Mary Shelley se pasa toda la novela huyendo una y otra vez de las consecuencias de lo que ha hecho; negándose a asumirlas y, por tanto, a hacerse responsable de sus acciones.

Ése es para mí el verdadero pecado, lo realmente imperdonable. No el jugar a ser Dios, sino el no asumir la responsabilidad de lo que has hecho, con todas sus consecuencias y hasta el final. Frankenstein es, en realidad, un niño jugando con cerillas junto a la gasolina. Y, cuando la gasolina se incendia, hace como los niños: huye, cierra los ojos y espera que los mayores vengan a arreglarlo.

En ese aspecto, la novela sigue siendo moderna. Y creo que cada día más, en esta época donde ningún acto parece tener consecuencias ni nadie asume las responsabilidades por ellas. Ése es, quizá, el verdadero pecado del ser humano moderno, y no el orgullo.