Anagrama
Lo que hay que tener


 

Autor: Tom Wolfe

Editor: Anagrama


El programa espacial americano ha sido presentado de muchas maneras: como una saga épica, como un aburrido proceso burocrático, como una aventura científica, como un fracaso, como una maniobra de propaganda, com un intento de hundir económicamente al bloque soviético…

En su libro, sin embargo, Wolfe adopta una nueva perspectiva: lo presenta como la aventura de unos pioneros, y nos muestra las peculiaridades de todos y cada uno de esos hombres, reduciéndolos a su verdadera talla de simples mortales y, al mismo tiempo, dotándolos de la aureola de héroes míticos.

Wolfe decide centrarse en las vidas de los primeros astronautas, los hombres que, desde un punto de vista objetivo, no eran más que un accesorio innecesario (y a menudo molesto) para llevar a buen puerto los objetivos del programa espacial: un animal entrenado habría sido igualmente útil y mucho menos problemático.

Y sin embargo fueron esos hombres los que hicieron que el pueblo americano apoyara el programa espacial, se entusiasmara con él, recibiera a cada uno de los astronautas como a un Ulises que regresaba a Itaca después de sus proezas en Troya. Fueron esos hombres y el entusiasmo que despertaron en el público los que consiguieron realmente que el programa espacial despegara, obtuviera la financiación necesaria y, durante algo más de una década, nos hiciera creer que la exploración espacial era un sueño al alcance de la mano.

Wolfe los retrata tal y como fueron, sin ahorrarnos sus pequeñeces y miserias, pero sin ocultarnos su grandeza; sin reverencia, pero con respeto. Su lucha con los científicos (para los que los astronautas eran menos útiles que un mono amaestrado y mucho más molestos), su vida junto (o sin) sus esposas, su ascenso a la categoría de superestrellas mediáticas, sus miedos, temores y obsesiones, sus sueños. Todo eso está en un libro magnífico, desmitificador y creador de mitos a un tiempo.

No estamos aún ante el Tom Wolfe ácido, iconoclasta y airadamente irónico de La hoguera de las vanidades, sino a un escritor mucho más a gusto con el tema que ha decidido diseccionar, un escritor que aún no desprecia la sociedad que está describiendo, como si lo haría más tarde, que se permite narrar los tropezones de sus héroes, mostrándonos sus pies de barro pero sin ensañarse con ellos. Porque, si algo trasciende todo el libro, es que está escrito con cariño (un cariño no exento de ironía, un cariño que no oculta los errores), incluso con admiración, pero sin cerrar nunca los ojos.