Terry Gilliam
Brazil

 

Director: Terry Gilliam

Estudio: Universal

Tipo: Película


El año 1984 vio dos traslaciones a la pantalla de la famosa novela de George Orwell. La primera era una adaptación oficial y estaba protagonizada por John Hurt (quien, en una pirueta bastante irónica ha acabado interpretando una especie de Big Brother orwelliano en la adaptación de V de Vendetta) y Richard Burton. Bastante fiel a la novela, y muy conseguida en cuanto a ambientación, la película sin embargo carecía casi por completo de un sentido del ritmo digno de ese nombre y su frialdad y asepsia la hacían poco atractiva para el público.

La segunda adaptación nunca fue acreditada como tal, aunque su director, el ex Monty Python Terry Gilliam, reconoció haberse inspirado en el argumento de 1984 a la hora de escribir el primer borrador de Brazil, si bien afirmó no haber leído la novela de Orwell y conocer sólo su argumento de un modo muy general. Es difícil, sin embargo, afirmar que sus co-guionistas no conocieran 1984, por cuanto Brazil, sin llegar nunca al plagio, sí que se inspira en situaciones, personajes y elementos argumentales de la famosa novela.

Gilliam afirmó también que el detonante para la película le vino dado por una imagen un tanto rocambolesca: alguien, posiblemente un operario, un trabajador, sentado en mitad de un lugar lleno de maquinaria fea, sucia y grasienta y escuchando en una radio portátil una versión de Brasil. A partir de ahí fue componiendo esa historia del hombre que, atrapado en una realidad fea, utilitaria, desagradable y mezquina, usa sus sueños para tener una vida plena y alcanzar un mínimo de realización personal.

Pero si Brazil en lo argumental bebe de 1984, en lo estético su referente es sin duda Kafka y buena parte del expresionismo cinematográfico alemán. El lugar en que se desarrolla la acción (ese “en algún lugar del siglo XX…” con el que comienza la película) es una especie de pesadilla burocrática que parece salida directamente del cerebro del autor de La metamorfosis y El proceso. Sam Lowry, el héroe de la historia, no es más que un pequeño burócrata que por las noches se escapa al reino de los sueños donde se convierte en una suerte de superhéroe alado. Su vida empezará a complicarse de forma cada vez más absurda precisamente merced a un fallo de la maquinaria burocrática (la detención de “Tuttle” en lugar de “Buttle”) que abrirá sus horizontes al mismo tiempo que lo conducirá, casi sin querer, sin pretenderlo, sin darse cuenta de lo que está haciendo, a enfrentarse al sistema para terminar ser aplastado por éste.

Porque el final de Brazil es uno de los finales más desesperados y tristes que he visto en la historia del cine: con nuestro héroe aplastado, aniquilado por la fea y gris realidad y con la tonada de Brasil como único refugio ante ella. Un final al que, en cierto modo, el propio Gilliam daría la vuelta en Las aventuras del barón de Munchausen, al conseguir allí que su héroe termine imponiendo sus fantasías a la realidad y haciendo que sea ésta la que se rinda ante ellas y no al revés.

La película está excelentemente interpretada, comenzando por ese Jonathan Pryce (cuyo talento se desperdiciaría años más tarde cuando acabara convertido en un villano megalomaníaco en el Bond El mañana nunca muere) que interpreta con convicción y credibilidad a ese hombrecito gris que se conforma con sus sueños y que no sabe que cuando éstos empiecen a hacerse realidad están condenados a transformarse en una pesadilla. Pero también los secundarios hacen un magnífico trabajo: Robert de Niro como el electricista-terrorista Buttle, Ian Holm como el supervisor de Lowry, Michael Palin en su breve aparición como torturador, o Bob Hoskins como el hombre del servicio ténico.

Junto a eso, su mayor acierto es, sin duda, su estética: esos ordenadores con anticuados teclados de máquina de escribir y minúsculas pantallas con lente de aumento, los tubos neumáticos para la transmisión de mensajes, los feos tubos de aire acondicionado a la vista, y en general todo ese ambiente feista unido a una imaginería que enlaza con el colosalismo soviético crean un mundo agobiante en el que casi nunca es de día y donde hasta respirar resulta opresivo.

Y no quisiera terminar sin comentar el espléndido trabajo de Michael Kamen: tomando como base (unas veces temática, otras simplemente rítmica) la canción de Brasil, compone una excelente banda sonora que refleja a la perfección los distintos estados de ánimo y ritmos de la película.