Richard Fleischer
Cuando el destino nos alcance

 

Estudio: MGM

Tipo: Película


Los años setenta del pasado siglo fueron una de las épocas más fructíferas para la ciencia ficción cinematográfica: alejada de presupuestos mediocres y considerada por los grandes estudios al mismo nivel que cualquier otro género, la ciencia ficción audiovisual se volvió adulta en el espacio que media entre el estreno de 2001: una odisea del espacio (1968) y La guerra de las galaxias (1977). Con el redescubrimiento del cine-espectáculo por parte de George Lucas la industria comenzó a optar por un cine visualmente impactante y, cada vez más, a trivializar la necesidad de contar una buena historia y contarla bien. Es cierto que ha habido excepciones y las seguirá habiendo, pero en los años setenta esas excepciones eran la norma.

En 1973 se estrena una película que ha sido injustamente olvidada por el público y ninguneada por buena parte de la crítica. Ni siquiera dentro del mundillo de la ciencia ficción se la ha tenido demasiado en consideración y, cuando se habla de ella, es para comentar que es muy inferior a la novela en la que está basada y poco más.

Me refiero a Soylent Greeen de Richard Fleischer, aquí estrenada bajo el título de Cuando el destino nos alcance, película que toca varios géneros y que, nacida al amparo de una de las majors (concretamente la MGM) supone, junto con el Silent Running (Naves misteriosas) de Douglas Trumbull y The Andromeda Strain (La amenaza de Andrómeda) de Robert Wise la culminación de una decisión consciente de hacer cine adulto de ciencia ficción que el estreno de Star Wars cortaría de raíz y que había comenzado, como dije, con el 2001 de Kubrick y El planeta de los simios de Franklin J. Shaffner, ambas de 1968.

Ya he comentado que ni siquiera los aficionados a la CF aprecian en demasía la película, y tienden a considerarla muy inferior a la novela en la que se basa, Make Room! Make Room! (¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!) de Harry Harrison. No puedo estar más en desacuerdo con esa opinión: si bien es cierto que muchos de los temas de la novela de Harrison apenas son mencionados en su adaptación fílmica, esta es capaz de recoger los más importantes con acierto, y sumergirnos en un ambiente agobiante y malsano del que uno desea escapar durante toda la proyección. Soylent Green tiene mucho de cine negro (aunque sea cine negro a la luz del día) así como de distopía y, como en las mejores obras de ambos géneros, desemboca en un final en el que no hay esperanza y para el que solo queda como salida la resignación, la locura o el suicidio fomentado por el Estado. Al contrario que su equivalente literario, se centra solo en uno o dos temas principales, consiguiendo así huir de la dispersión argumental que aqueja a la novela de Harry Harrison y que la convierte en una obra fallida.

La película arranca con un asesinato que un policía, convincentemente encarnado por Charlton Heston, investigará sólo para encontrarse que el caso que le han asignado esconde mucho más de lo que parece a simple vista. Heston tiene como compañero y ayudante a un crepuscular Edward G. Robinson que se muestra magnífico durante lo que es su última interpretación para la gran pantalla. Ambos viven en un Nueva York superpoblado, afectado por un efecto invernadero no mencionado pero sí mostrado y donde un hombre no puede coger la baja médica en su trabajo so pena de perderlo. Un mundo donde el agua está racionada, donde la carne y las verduras frescas son un privilegio y en el que el único alimento al alcance de todos son una serie de concentrados proteínicos que —se supone— son extraídos de las factorías de algas.

En Soylent Green, Heston nos regala una interpretación convincente como ese policía arrogante y cínico que al final se encuentra en un mundo sin esperanza del que no puede escapar. La caracterización de Edward G. Robinson es el perfecto contrapunto a la suya y ambos forman una de las mejores parejas del cine policiaco de todos los tiempos, en esa manía que tiene el cine americano por los bromances policiacos.

La película, con su clara estética de los años setenta, anticipa en buena medida parte del cine de ciencia ficción posterior, narrativamente ya que no estéticamente, y no es descabellado pensar que el Blade Runner del irregular Ridley Scott tiene más de una deuda con este policíaco de ciencia ficción anterior en una década: tanto el Nueva York de una como el Los Ángeles de la otra son ciudades de las que uno quiere escapar y no puede y el romance que surge en ambas películas (con un robot en un caso, con una prostituta calificada como “mobiliario“ en el otro) tiene más de un punto en común.

Por otra parte, Soylent Green está fotografiada, no como una serie negra clásica, sino más bien como un thriller de los setenta (lo que no deja de ser, al fin y al cabo) y su estructura debe más a este género que al anterior. Thriller y ciencia ficción están perfectamente conjugados en un guión bien construido que desemboca en un final sin esperanzas y que tiene algunos momentos soberbios: desde la carga de la policía contra una turba hambrienta, al momento en el que Edward G. Robinson decide acceder al suicidio financiado por el Gobierno para poder darle a su compañero las claves necesarias para desentrañar el misterio que ambos investigan.

Soylent Green es, por todo esto, una de las mejores combinaciones de policiaco y ciencia ficción de todos los tiempos, y su caída en el olvido no puede por menos que parecerme sorprendente.