Dune

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Director: David Lynch

En la colección: Dune

Tipo: Película

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Fui uno de los que salieron bastante cabreados de la película de Lynch que adaptaba la novela de Herbert. Y, durante muchos años, no desaproveché la ocasión para echar pestes de ella. De hecho, solía comentar jocosamente que su único mérito había sido darle su primera oportunidad a Kyle Machlachlan, lo que con el tiempo le permitiría encarnar al entrañable e indescriptible agente Cooper de Twin Peaks.

Claro que, pensaba a veces, la alternativa podría haber sido peor: el enloquecido y absurdo proyecto previo de Alejandro Jorodowsky podría haber llegado a buen puerto y sabe Dios entonces qué Dune habríamos visto en la pantalla. Sólo pensarlo hace que tiemble de angustia y la idea puebla ocasionalmente mis pesadillas.

Curiosamente, con el paso de los años me fui reconciliando con la película. Seguía considerándola fallida (como buena parte de la obra de Lynch, por otro lado: siempre me ha parecido que todas sus películas se quedan a medias de lo que pretenden) pero al mismo tiempo visual y conceptualmente la encontraba cada vez más atractiva, evocadora e impactante (también como buena parte de la obra de Lynch, pese a todo).

No me convertí un fan de la película. Pero digamos que mi cabreo inicial fue cediendo y, poco a poco, el film fue encontrando un hueco más o menos digno en mi memoria.

Ahora mismo, medio saliendo aún de un empacho “dunesco” (que incluye la relectura de los libros originales, las precuelas, el visionado de las series de TV y el de la película de Lynch, todo ello casi sin solución de continuidad) no puedo por menos que pensar que ese Dune cinematográfico es, pese a todos sus defectos, el más logrado de todos los productos que han salido al mercado a la estela del éxito de la obra original de Frank Herbert.

El responsable de ese pensamiento ha sido, especialmente, el visionado de las dos series que adaptan las tres primeras novelas (Dune —donde se pasa a la pantalla televisiva la primera novela— y Children of Dune —que condensa en una sola miniserie las dos siguientes—) y la inevitable comparación que surgió tras ver el film de Lynch inmediatamente tras ellas.

Y no, no es que las series estén mal. De hecho, tienen un guión más que competente: narrativamente son una buena adaptación de las novelas originales y John Harrison (guionista de ambas series y director de la primera) ha hecho un excelente trabajo en ese terreno.

Pese a todo… las series carecen del poder evocador y la capacidad de generar momentos inquietantes que tiene la película. Pero de las series y sus virtudes y defectos, hablaremos con más calma otro día.

Como ya he dicho, encuentro fallida la adaptación de Lynch. A partir del momento en que Jessica y Paul huyen al desierto y son acogidos por los fremen (o tal vez un poco antes, quizá desde el ataque de los Harkonnen), la película baja de nivel a pasos acelerados y ya no levanta cabeza hasta el final: es como si en ese instante el film se convirtiera en un resumen de lo que realmente pasa y, al faltar cada vez más información, las cosas dejan de tener sentido. Lo que hasta entonces era una cuidadosa puesta en escena se convierte, a partir de ese momento, en un batiburrillo contado de prisa y corriendo y cada vez menos interesante.

Es evidente que hubo problemas de montaje y estoy seguro de que se rodó mucho material que luego no se pudo usar por imposiciones del productor. No tiene mucho sentido, si no, que los fremen acojan a Paul como su mesías prácticamente sin dudas ni preguntas y, antes de que nos demos cuenta de lo que sucede, todos ellos estén bajo su mando y siguiéndolo fanáticamente donde quiera que va. El espectador no puede por menos que preguntarse cómo se ha llegado a esa situación y por qué.

Algo parecido pasa con la muerte a manos de los Harkonnen del planetólogo imperial, Liet-Kynes. Si en la novela hay un motivo claro y válido para eliminarlo, en la película tal parece que los Harkonnen lo hacen simplemente porque son Harkonnen y disfrutan haciendo esas cosas. De hecho, precisamente los enemigos juramentados de los Atreides son uno de los principales puntos débiles de la película: Lynch los convierte en una pandilla de sádicos descerebrados y ridículos y resulta difícil vender la moto de que tipos como esos hayan llegado tan alto en los puestos de poder e influencia de la Galaxia o que sean capaces de elaborar retorcidas y brillantes tramas bizantinas para librarse de sus enemigos: más parece que, tras generaciones de endogamia y decadencia, están a punto de caer para no levantarse más. Aunque, eso es indudable, visualmente funcionan, que posiblemente fuera lo único que le interesaba al director.

Y llegamos al meollo del asunto. El filme de Lynch, pese a sus vacilaciones, tropezones y errores narrativos, funciona en lo visual, en lo conceptual, y consigue hacer creíbles ambientes y personajes. Durante poco más de una hora, la película discurre con eficacia y convence al público: uno va creyendo lo que ve en la pantalla y acepta lo que ocurre en ella. Y lo cree y lo acepta gracias a un esfuerzo gigantesco de diseño de producción, especialmente para una época como aquella, anterior a los efectos digitales. El cuidado que se pone en vestuarios y decorados, lo detallado de cada pieza de ropa, cada elemento de mobiliario, la acertada decisión de que la tecnología presente en la pantalla parezca “anticuada”, casi decimonónica en ocasiones… todo ello contribuye a crear una atmósfera que hace funcionar la película. Eso y que, evidentemente, durante esa primera hora se toman la molestia de narrar lo que ocurre de un modo correcto y sin prisas.

Es, como he dicho, a partir de que se toma la decisión de apresurar los acontecimientos que la película empieza a fallar. No sólo por eso, claro: unos efectos especiales que “cantan” demasiado no contribuyen a mejorar la impresión que recibe el espectador. De hecho, los responsables del montaje, conscientes de la debilidad de esas partes de la película, hacen que buena parte de las escenas “grandiosas” que incluyen a los gusanos del desierto estén continuamente rodeadas de nubes de polvo, en un intento vano de tapar con “ruido” la pobreza de lo que vemos.

Es cierto que se rodó mucho más material que el que vimos en la pantalla. Y, de hecho, existe una versión televisiva que (mediante la inclusión de bocetos de producción y tomas no utilizadas en el montaje cinematográfico) intenta darnos una idea de cómo podría haber sido la película de Lynch si las exigencias comerciales no le hubieran obligado a recortar más de lo que quería su obra. Esta versión televisiva se incluye como extra en la reciente edición en DVD del filme. Sin embargo, la pobre calidad de imagen y sonido de la copia no ayudan a apreciarla en lo que vale. Por otro lado, Lynch ha desautorizado esa versión (aparece dirigida, de hecho, por el eterno Alan Smythe) así que tampoco sirve para hacernos una idea de lo que tenía en mente.

Aunque no es tan difícil. Como he dicho, la primera hora de la película es casi modélica y bastaría con que el resto del filme hubiera seguido el mismo tono y ritmo para que la adaptación a la pantalla de la novela de Herbert hubiera resultado casi redonda.

Claro que entonces no sería una película fallida. Y, si no fuera fallida, no sería de Lynch.