Batman 1966 / Batman / Batman vuelve / Batman Forever / Batman y Robin


 

Estudio: Warner

En la colección: Batman

Tipo: Pack

Género: Superhéroes


  • Batman (1966)
  • Batman (1989)
  • Batman Returns (1992)
  • Batman Forever (1995)
  • Batman & Robin (1997)

De las decisiones que tomó Tim Burton Burton cuando se puso tras las cámaras del primer Batman, una de las más discutidas (y que a la larga se ha visto como una de las más acertadas) fue la de utilizar al que era por aquel entonces su actor-fetiche, Michael Keaton, para encarnar el papel protagonista. Si bien es cierto que difícilmente nos creemos a Keaton como un aburrido y decadente playboy, sí que supo darle a su personaje el toque justo de alma atormentada y obsesiva que éste requería. El otro gran acierto de la película, en el aspecto interpretativo, fue el de contar con un Jack Nicholson al que por una vez su histrionismo y tendencia a la sobreactuación ayudaron más que molestaron en su caracterización del Joker.

Pero en realidad (y como ocurre en demasiadas películas de Burton, en las que los guiones consistentes brillan por su ausencia), los logros de la primera película estuvieron fundamentalmente en el plano estético. Es cierto que Burton no pudo dar rienda suelta a su gusto por lo grotesco, pero sí pudo introducir lo suficiente de su personalidad para mostrarnos una atmósfera oscura y ocasionalmente opresiva, y descargó sin duda su carencia de sentido del ridículo (y aclaro que no comento esto como un defecto) en todos los elementos visuales que rodeaban al Payaso Príncipe del Crimen.

En general, este Batman no era para tirar cohetes, pero resultaba una película bien dirigida, con un guión que, si bien no era sorprendente, estaba tramado con cierta habilidad y una atmósfera que se convertía en el verdadero protagonista: el trabajo de Anton Furst diseñando Gotham City era sin duda soberbio, con esa mezcla de ciudad norteamericana de los años cuarenta, urbe medieval y colosalismo monumental soviético que convertiría a la ciudad en un personaje más.

Los buenos resultados en taquilla de la película debieron hacer que el estudio le diera carta blanca al director para su secuela; pues si bien Batman era una cinta de superhéroes con ciertos toques de Burton, Batman vuelve era al cien por cien una película de éste, tan personal como pudiera serlo Eduardo Manostijeras o Ed Wood. Su gusto por lo grotesco encuentra campo abonado en el patético personaje del Pingüino, al mismo tiempo que su afición a los elementos argumentales rocambolescos y a su falta de prejuicios a la hora de rozar el esperpento hicieron (unidos a la que posiblemente es la mejor banda sonora de Danny Elfman) que Batman vuelve se convirtiera en la mejor película de la serie.

Es cierto que el guión tiene más de un agujero y de dos, pero eso importa poco frente a lo bien que están definidas las interacciones entre los personajes y, especialmente la peligrosa y ambigua relación entre Bruce Wayne, Selina Kyle y sus respectivos alter egos: con una escena absolutamente impagable, aquella en la que Bruce y Selina se reconocen el uno al otro, se abrazan con desesperación y ella se lamenta: “¿Tenemos que ponernos a luchar ahora?”. Batman vuelve tiene también mucho de metáfora, sencilla pero bien narrada, sobre las máscaras y los monstruos: nos presenta un mundo donde el auténtico villano, mucho más que los freaks atormentados y deformes, resulta ser el epítome del american way of life, un universo donde el Pingüino puede acusar a Batman de tenerle envidia porque él no necesita una máscara para parecer un monstruo y al Hombre Murciélago sólo le queda responder que tal vez su oponente tenga razón. Si a eso unimos un conseguido ambiente que va de la pesadilla a lo absurdo, nos encontramos con que Batman vuelve es, sin temor a exagerar, una de las cimas de la cinematografía de Burton, director al que, por otro lado, lleva años perdiéndolo su manía de primar la estética sobre la narración y los golpes de efecto sobre la coherencia.

Burton se haría a un lado en la tercera entrega de la serie, aunque permanecería como productor ejecutivo. Eso hace que Batman Forever aún conserve algún rastro (si bien leve) de la estética que había marcado las producciones anteriores, aunque comienza a desmarcarse con claridad de ellas, por un lado por su cambio de tono, que pasa del esperpento a la bufonada, y por el otro por la presentación de Batman ya no como un cruzado al que se necesita pero se teme, sino como un superhéroe más al uso, cuya máscara copa las portadas de las revistas de cotilleos. Tras las cámaras se pone Joel Shumacher, director con una marcada obsesión por la pintura fosforescente y un cierto fetichismo por el látex y la licra.

Pese a todo, en esta entrega Schumacher aún es capaz de controlarse y puede mostrarnos algunos momentos conseguidos en la pantalla: casi todos ellos, curiosamente, centrados alrededor de las obsesiones de Bruce Wayne, en esta ocasión encarnado por un Val Kilmer que en general resulta convincente, si bien no tiene el toque de casi psicópata que Keaton le había sabido dar al personaje. Es sorprendente cómo se desaprovecha uno de los mejores villanos del Hombre Murciélago, ese Dos Caras que un día fue fiscal y que, a raíz de su desfiguración, empezó a obsesionarse por el número dos.

Por otra parte, el cambio de director y guionista (Sam Hamm en las dos películas de Burton, Akiva Goldsman en las de Shumacher) no sólo hace que se pierda la ambigüedad moral de Batman, sino que los villanos dejan de tener la importancia que tenían en entregas anteriores (el Pingüino y Catwoman podían ser considerados con toda justicia co-protagonistas de Batman vuelve) para pasar a convertirse en meros enemigos a batir con cierta tendencia a un vestuario hortera y un histrionismo ridículo: el que Jim Carrey encarnase al Acertijo no ayudaba a mejorar eso, precisamente.

Añadamos que el diseño de carteleras y pósters promocionales no puede ser más distinto: tanto Batman como Batman vuelve tienen un tono oscuro, sombrío, sobrio, con una limitada gama cromática, mientras que Batman Forever y Batman & Robin empiezan claramente a convertirse en una orgía multicolor en la que rojos, verdes y amarillos se adueñan de la imagen. No es descabellado, entonces, pensar que las diferencias entre las dos primeras películas y las dos últimas, más allá del tono o la estética, podrían ser calificadas de conceptuales.

Y precisamente es en Batman & Robin, cuarta y, hasta la llegada del Batman Begins de Nolan, última película de la serie, donde todo lo que estaba esbozado en la producción anterior se desborda sin medida y termina desembocando en un producto claramente camp, tonto y zafio y en el que el gusto por lo hortera toma naturaleza de marca de fábrica. No sé si de forma deliberada o inconsciente, Batman & Robin parece una puesta al día de la serie de TV de los años sesenta, con Batman y su joven ayudante acudiendo a fiestas públicas, o el Hombre Murciélago enseñando su tarjeta de crédito (con logo personalizado incluido, por supuesto) y diciendo: “no salgo de la cueva sin ella”.

En realidad está película debería titularse Schumacher desencadenado. El mínimo argumento de esta producción se convierte en una excusa para un pase interminable de modelos que van de lo ridículo a lo directamente hortera y, para rematar la faena, el guionista se permite el lujo de convertir a Batman y sus asociados en una suerte de familia media americana de superhéroes, un poco excéntricos quizá, pero en el fondo amantes del pastel de manzana y dispuestos a darlo todo por el modo de vida americano. Unamos a eso el peor Bruce Wayne de las cuatro películas, encarnado por un George Clooney que no parece saber muy bien dónde está (ni da la impresión de que le importe gran cosa) y que se limita a pasear por la pantalla encogiéndose de hombros cada pocos minutos y poniendo caritas comprensivas con cierta frecuencia, lo cual no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que, en el puro aspecto físico, Clooney daba el tipo como ninguno antes.

Los pocos aciertos de esta película están en el lado del diseño, especialmente el de Gotham City, con una cuidada mezcla de art deco e industrialismo y la acentuación de la tendencia al colosalismo soviético que ya estaba en los diseños de Anton Furst.