The War of the Worlds

 

Director: Jeff Wayne

Tipo: Concierto

Género: Musical


No one would have believed, in the last years of the nineteenth century, that human affairs were being watched from the timeless worlds of space. No one could have dreamed that we were being scrutinized as someone with a microscope studies creatures that swarm and multiply in a drop of water. Few men even considered the possibility of life on other planets. And yet, across the gulf of space, minds immeasurably superior to ours regarded this Earth with envious eyes, and slowly and surely, they drew their plans against us.

Con estas palabras arrancaba la que quizá es la más famosa novela de H. G. Wells, junto con La máquina del tiempo. Y fue diciéndolas como oí por primera vez la voz de Richard Burton: una voz profunda, resonante y precisa que declamaba el texto de Wells con elegancia y nos dejaba expectantes durante medio instante de silencio antes de que la orquesta atacase las conocidas notas de “The eve of war” y Justin Hayward cantara unos minutos después aquello de:

The chances of anything coming from Mars
Are a million to one, he said.
The chances of anything coming from Mars
Are a million to one, but still they come.

Era el año 1982, yo estaba a punto de salir de la adolescencia (o de ser expulsado de ella, según algunas versiones) y un compañero de clase puso en mis manos la versión musical de La guerra de los mundos, grabada tres o cuatro años antes y de la que yo, por aquel entonces, nada sabía. Me ganó instantáneamente, y la voz de Burton tuvo mucho que ver con ello.

El responsable de todo aquello era Jeff Wayne, un músico inglés totalmente desconocido para mí, que había tenido la idea de preparar una versión musical del clásico de ciencia ficción de H. G. Wells. Y lo hizo mezclando técnicas dramáticas, narrativas, incluso operísticas en ocasiones, con toques de pop, rock sinfónico y algo que podríamos denominar proto-tecno y con un reparto de lujo (Richard Burton a la cabeza como narrador, pero también el vocalista de los Moody Blues, Justin Hayward; el bajista de Thin Lizzy, Phil Lynott, Julie Convington y la entonces emergente promesa del pop David Essex) Wayne dio a luz su extraño capricho: un disco que, en cierta forma, iba a contracorriente de las modas de entonces (y más aún de los actuales) y que, quizá precisamente por eso, se convirtió en enormemente popular en todo el mundo.

De hecho, se llegaron a realizar adaptaciones para distintos idiomas y países, respetando la participación del reparto original en las partes cantadas, pero con actores de cada lugar en las narradas. Sé de la existencia de una versión mejicana con Anthony Quinn “doblando” a Burton, aunque nunca he llegado a escucharla. La que sí estuvo en mi poder fue la española: Teófilo Martínez (por aquel entonces una voz muy conocida, sobre todo como narrador de documentales y en anuncios) interpretaba al narrador y protagonista de la historia, el periodista. Luis Varela daba vida al artillero y Daniel Dicenta y Marisa Marco se encargaban del párroco Nathaniel y de Beth, su mujer, respectivamente.

La novela de Wells se adaptaba en dos vinilos que correspondían cada uno a las dos partes del original literario: “La llegada de los marcianos” y “La Tierra en poder de los marcianos”. Era una cosa… rara, una mezcla de narración (la voz de Burton, profunda, resonante, era una auténtica gozada), canciones y pasajes puramente instrumentales; con momentos épicos, trágicos, románticos o simplemente melancólicos. A veces estaba a punto de rozar lo hortera, pero de algún modo se las apañaba para sortear el peligro. El disco (doble, como he dicho) incluía una carpeta interior donde varios ilustradores daban luz a algunos momentos de la novela. Recuerdo unos cuantos de esos momentos: el que luego se usó para la cubierta, por supuesto, con un trípode en primer plano y el acorazado Hijo del trueno precipitándose hacia él; o la descripción que el artillero, en sus delirios entusiastas, daba de un posible mundo futuro subterráneo: una suerte de ciudad steam punk mucho antes de que nadie hablara de ello; o, por fin, la pintura que ilustraba al párroco enfrentándose a los trípodes marcianos y que estaba concebida siguiendo la planificación y buena parte de la ejecución del famoso cuadro de Dalí “Las tentaciones de San Antonio”.

Wayne siempre quiso representar en directo su obra, pero la prematura muerte de Richard Burton truncó sus deseos. Sin embargo, nunca abandonó del todo la idea, pese a que con el paso de los años cada vez parecía más irrealizable: Richard Burton no era el único miembro del reparto original que había fallecido; también lo hizo Phil Lynott, que había prestado su voz (tanto en las partes habladas como en las cantadas) al párroco Nathaniel: rota y profunda al mismo tiempo, parecía perfecta para encarnar al atormentado personaje.

El disco nunca ha dejado de ser uno de los favoritos de mi discoteca. Primero la versión en vinilo (tanto la original como la “doblada” al castellano), posteriormente en CD y en los últimos tiempo en una lista de Spotify. Con los años, supongo, su popularidad fue apagándose y, de hecho, cuando hablaba con aficionados al género fantástico de generaciones posteriores a la mía, pocos habían oído hablar de esa curiosa versión musical de la famosa novela de Wells. Todo el mundo recordaba la adaptación radiofónica de Orson Welles, evidentemente, pero casi nadie recordaba el trabajo de Jeff Wayne.

Estoy seguro, sin embargo, de que en ciertos ambientes musicales se trata de una obra de culto. Una especie de extraño clásico intemporal: el capricho personal de un único individuo decidido a recrear musicalmente una novela clásica del siglo XIX.

A veces, me imaginaba cómo habría sido esa obra representada en directo: qué extraña mezcla de concierto y teatro habría podido llevarla a la práctica y qué habría sentido ante algo así. Esas preguntas en mi mente encontraron respuesta en la gira que, en el año 2004, puso sobre los escenarios por primera vez la versión musical de La guerra de los mundos. O, más exactamente, en el DVD que recoge uno de los conciertos de la gira.

Wayne ha sido capaz de recuperar parte del reparto original (fundamentalmente, Justin Hayward y algunos de los músicos) y, gracias a los avances en técnicas digitales, ha podido construir una suerte de Richard Burton virtual: un rostro reconstruido digitalmente que se proyecta sobre una gigantesca cabeza sin rasgos que domina el escenario y que se sincroniza con la voz original del autor. En cierta forma era una de las exigencias no negociables que el autor de la obra había contraído consigo mismo: el resto del reparto podía ser sustituido, pero no la voz de Burton. Cuando la tecnología le permitió “recrear” al actor fallecido, entonces retomó su vieja idea y se lanzó adelante.

El concierto resulta impresionante, uno de esos acontecimientos en los que uno lamenta no haber podido estar. Wayne no repara en efectos especiales (un trípode a tamaño casi natural que se posa sobre el escenario, el Burton digital ya mencionado, un par de medio metrajes que se proyectan durante todo el concierto y que dan apoyo visual a la historia) y se rodea de un grupo de músicos y técnicos de primer orden que consiguen llevar a buen puerto el proyecto. Es curioso lo parecido que es en algunos aspectos a lo que había en mi imaginación: algo que no es un concierto ni una representación teatral ni una película, pero que tiene elementos de las tres cosas.

Sigo prefiriendo las voces originales, es cierto, especialmente el tono roto y desgarrado de Phil Lynott interpretando al desquiciado párroco. Y confieso que el Burton digital no termina de convencerme: el esfuerzo por integrar la voz del autor en el resto del espectáculo tiene éxito, pero no ocurre lo mismo con su imagen.

Pese a eso, es un espectáculo magnífico. Hace más de veinticinco años que oí por primera vez el disco y me ha acompañado desde entonces. Poder verlo representado en directo (aunque sea un directo “enlatado” a través del DVD) tal y como siempre se mereció, es como retroceder en el tiempo.