Hyperion

 

Editor: B

En las colecciones: Nova (B) -

En la serie: Cantos de Hiperión

Tipo: Novela


Los más viejos del lugar seguro que recuerdan el alborozo con que se anunció la novela, el entusiasmo con que ciertos sectores tanto de crítica como de público, la acogieron. Iba a ser la obra de ciencia ficción definitiva, el compendio total y exhaustivo, el libro que resumía, recontaba y analizaba todo lo que hasta entonces había sido la ciencia ficción. Encima, la cosa iba con pretensiones culturetas, llena de continuas referencias a la literatura “de verdad” (hombre, si hasta había tomado de modelo Los cuentos de Canterbury y los poemas de John Keats, nada menos), tours de force estilísticos y narrativos y una ambición en el escenario y la historia que debían convertir ambas novelas (Hyperion y La caída de Hyperion) en un clásico desde el momento mismo de su publicación.

Así que aprovechando la edición en su solo volumen que Ediciones B ha hecho de los dos libros bajo el título de Los Cantos de Hyperion volví a releerlos con la idea en mente de ver cómo habían resistido el paso del tiempo y hasta qué punto la pretendida relevancia de los Cantos ha sido confirmada por el tiempo o se ha quedado en nada.

Confieso que las novelas me siguen funcionando (pese a que la edición de B está tan plagada de erratas evidentes que uno a veces se pregunta en qué demonios gastan su dinero los grandes grupos editoriales en este país) aunque el berenjenal narrativo en el que Simmons se mete en el segundo libro y la forma en ocasiones embarullada en que lo resuelve sigue causándome, aquí y allá, algún que otro dolor de cabeza y ciertos momentos de perplejidad.  Más allá de eso (que siempre sospecharé que fue una de las cosas que motivaron la continuación del asunto, esos Endymion y El ascenso de Endymion que no terminan de funcionar del todo) los Cantos consiguieron engancharme desde la primera página y me mantuvieron pegado durante toda la lectura al universo literario abigarrado, barroco y emocionante que Simmons había construido.

Pero tengo que decir también que toda la relevancia, la trascendencia, todos aquellos intentos de vendernos la moto de que con los Cantos la ciencia ficción alcanzaba por fin unas cotas de excelencia literaria que nadie podría negar ya nunca se me han ido al cuerno en esta relectura.

Y no, no es que estén mal escritos, que la historia no funcione, o que los personajes estén mal diseñados. Simmons es un buen narrador, sabe meternos en la historia y su juego de continuas referencias literarias me funciona sin problemas.

El meollo está, quizá, en esa palabreja: “juego”. Porque ahora, leídos casi veinte años después, Los Cantos de Hyperion me parecen básicamente un intento de jugar con los clichés de la ciencia ficción y construir con ellos un juguete que, en cierto modo, la resuma y compendie.

Y lo logra: en los Cantos está metida casi toda la ciencia ficción anterior; desde el space opera al cyberpunk pasando por la ciencia ficción hard, la CF filosófica y religiosa, la militarista, la post-humana… nombrad cualquier subgénero de la ciencia ficción que se os ocurra y casi seguro que lo encontraréis en estas novelas. Y, encima, Simmons se las apaña para ensamblar todas esas tradiciones distintas en un todo que no chirría y donde encajan sin problemas, regalándonos un conseguido mestizaje de géneros que, pese a todo, resulta consistente. Lo que no es poco.

En cierto modo, estos Cantos son la despedida, el fin de fiesta, la gran traca final de fuegos artificiales con los que se nos va la década de los ochenta. Poco o nada aporta de nuevo al género en el aspecto temático, pero su inteligente mezcla de distintas tradiciones dentro de él consiguen un resultado más que satisfactorio.

En cuanto a las referencias literarias (la estructura de la primera novela, tomada de la obra de Chaucer, el giro una y otra vez alrededor de los conceptos poéticos de Keats, el evidente homenaje a la literatura romántica inglesa, el remake de Romeo y Julieta que cuenta el Consul, los escarceos con el tono de novela negra a lo Hammett en la historia de Brawne Lamia, el regustillo a new thing que tiene el cuento del sacerdote) son un elemento más, que sin duda enriquece el conjunto y lo hace más atractivo. Pero no es difícil darse cuenta de que esa cierta pátina culta que quiere vendernos, una vez que el tiempo atenua el deslumbramiento inicial, no va mucho más allá del simple juego por el juego en sí. Vamos, que sí, que mola, queda “fardón” y aparente, pero su relevancia es, como poco, discutible y, en el fondo, lo que aporta a la historia es poco más que una apariencia de respetabilidad por si acaso algún día el stablihment intelectual condesciende a echarle un vistazo.

Claro que a menudo se olvida que no es el origen de los referentes de una obra literaria lo que la hace mejor o peor, sino el modo en que los utiliza y los integra en su estructura. Que procedan de la alta literatura o de los textos más populares y barriobajeros es algo que simplemente la vuelve más o menos aceptable por ciertos sectores de la intelectualidad. Ciertamente, es más fácil vender a ciertos gafapastas esnobs un homenaje a Keats que uno a Doc Savage, independientemente del resultado final del asunto.

Por ir resumiendo y acabando, Los Cantos de Hyperion me siguen funcionando narrativamente, sólo que ahora, con la perspectiva que da el tiempo, me funcionan como lo que probablemente siempre fueron: un juguete divertido y algo desmesurado (y un tanto embarullado en algunas partes); una lectura absorvente, un escenario interesante y una peripecia que engancha. Ciencia ficción posmoderna (vestida de un ropaje trascendente y cultista bien integrado con el resto), con todo lo que tiene eso de revisitación irónica y autoconsciente de los clásicos del género.

Y un resumen casi perfecto de lo que fue la ciencia ficción de la década de los ochenta, que no es poco.